-Este hombre sería la
abyección de nuestra sociedad: los tribunales, la
escuela, el manicomio, la conversación harían de él un extranjero: ¿quién sería
capaz de soportar la contradicción sin vergüenza? Sin embargo este contra-héroe
existe: es el lector del texto en el momento en que toma su placer.
-el escriba toma un
lenguaje de bebé glotón: imperativo, automático, sin afecto,
una mínima confusión
de clics (esos fonemas lácteos que el maravilloso jesuita Van
Ginnieken ubicaba
entre la escritura y el lenguaje)
-Todo escritor dirá
entonces: loco no puedo, sano no querría, sólo soy siendo neurótico.
-El texto que usted
escribe debe probarme que me desea. Esa prueba existe: es la escritura.
La escritura es esto:
la ciencia de los goces del lenguaje, su kamasutra (de esta ciencia no hay más
que un tratado: la escritura misma).
-Sade: el placer de la
lectura proviene indirectamente de ciertas rupturas (o de ciertos
choques): códigos
antipáticos (lo noble y lo trivial, por ejemplo) entran en contacto; se crean
neologismos pomposos e irrisorios; mensajes pornográficos se moldean en frases
tan puras que se las tomaría por ejemplos gramaticales.
-El placer del texto
es similar a ese instante insostenible, imposible, puramente novelesco que el
libertino gusta al término de una ardua maquinación haciendo cortar la cuerda
que lo tiene suspendido en el momento mismo del goce.
-lo que quiere es el
lugar de una pérdida, es la fisura, la ruptura, la deflación, el fading[2] que
se apodera del sujeto en el centro del goce
-En Lois, de Philippe
Sollers, todo está atacado, deconstruido: los edificios ideológicos, las
solidaridades intelectuales, la separación de los idiomas e incluso la sagrada
armazón de la sintaxis (sujeto/predicado): el texto ya no toma por modelo la
frase; a menudo es un poderoso chorro de palabras, una cinta de infralenguaje.
--pérdida del deseo verbal.
--pérdida del deseo verbal.
-Gusto el texto porque
es para mí ese espacio raro del lenguaje en
el que toda «escena»
(en el sentido doméstico, conyugal del término), toda logomaquia,está ausente.
-El texto caduca las
actitudes gramaticales: es el ojo indiferenciado del que habla un autor
excesivo (Angelus Silesius): «El ojo por el que veo a Dios es el mismo ojo por
el que Dios me ve».
-El placer del texto
es ese momento en que mi cuerpo comienza a seguir sus propias ideas, pues mi
cuerpo no tiene las mismas ideas que yo.
-Perversidad del
escritor (su placer de escribir no tiene función); doble y
triple perversidad del
crítico y de su lector y así al infinito.
-por lo tanto no se
puede salir de una dialéctica breve, en dos tiempos: el tiempo de la doxa, de
la opinión, y el de la paradoxa,de la impugnación.
-todo texto sobre el
placer será siempre dilatorio: será siempre una introducción a aquello que no
se escribirá jamás.
-Mi placer puede tomar
muy bien la forma de una
deriva[6]. La deriva
adviene cada vez que no respeto el todo, y que a fuerza de parecer arrastrado
aquí y allá al capricho de las ilusiones, seducciones e intimidaciones de lenguaje
como un corcho sobre una ola, permanezco inmóvil haciendo eje sobre el goce
intratable que me liga al texto (al mundo). Hay deriva cada vez que el lenguaje
social, el sociolecto, me abandona (como se dice: me abandonan las fuerzas).
Por eso otro nombre de la deriva sería lo Intratable, o incluso la Necedad.
Sin embargo, si se la
alcanzara, decir la deriva sería hoy un discurso suicida.
-¿Será el placer nada
más que un goce debilitado, aceptado y desviado a través de un escalonamiento
de conciliaciones?
-la crítica se ejerce
siempre sobre textos de placer, nunca sobre textos de goce: Flaubert, Proust,
Stendhal son comentados inagotablemente la crítica dice entonces el goce vano
del texto tutor, el goce pasado o futuro: tienen que leer, yo he leído: la
crítica es siempre histórica o prospectiva: el presente constatativo, la
presentación del goce le está prohibida; su materia predilecta es la cultura,
que es todo en nosotros salvo nuestro presente.
-Con el escritor de
goce (y su lector) comienza el texto insostenible, el texto imposible. Ese
texto está fuera del placer, fuera de la crítica, salvo que sea alcanzado por
otro texto de goce: no se puede hablar «del» texto, sólo se puede hablar «en»
él, a su manera, entrar en un plagio desenfrenado, afirmar histéricamente el
vacío del goce (y no repetirobsesivamente la letra del placer).
-¿debe entonces el
artista seguir el siniestro precepto de Debussy: «tratar
humildemente de dar
placer»?
-Es evidente que el
placer del texto es escandaloso no por inmoral sino porque es atópico.
-¿Una gran obra de
placer (la de Proust, por ejemplo) participa de la misma economía que las
pirámides de Egipto? ¿El escritor es hoy día el sustituto residual del Mendigo,
del Monje, del Bonzo: improductivo y sin embargo alimentado? ¿La comunidad
literaria, análoga a la Sangha búdica —cualquiera sea la justificación que se
da a sí misma—, es sostenida por la sociedad mercantil no por lo que el
escritor produce (no produce nada) sino por lo que quema? ¿Excedentario, pero
no inútil?
-la sociedad vive
sobre el modo de la divisón: aquí un texto sublime, desinteresado, allá un
objeto mercantil cuyo valor es… la gratuidad de ese mismo objeto. Pero la
sociedad no tiene ninguna idea de esa división: ignora su propia perversión:
«Las dos mitades en litigio tienen su parte: la pulsión tiene derecho a su
propia
satisfacción, la
realidad recibe el respeto que le es debido. Pero —agrega Freud— lo único
gratuito es la muerte, como cada uno sabe». Para el texto, la única gratuidad
sería su propia destrucción: no escribir, no escribir más, salvo si se es
siempre recuperado
-Estar con quien se
ama y pensar en otra cosa: es de esta manera como tengo los mejores
pensamientos, como invento lo mejor y más adecuado para mi trabajo. Ocurre lo
mismo con el texto: produce en mí el mejor placer si llega a hacerse escuchar
indirectamente, si leyéndolo me siento llevado a levantar la cabeza a menudo, a
escuchar otra cosa. No estoy necesariamente cautivado por el texto de placer;
puede ser un acto sutil, complejo, sostenido, casi imprevisto: movimiento
brusco de la cabeza como el de un pájaro que no oye nada de lo que escuchamos,
que escucha lo que nosotros no oímos.
-Contra la regla
general: jamás dejarse embaucar por la imagen del goce, aceptar
reconocerla cuando
sobreviene una perturbación de la regulación amorosa (goce precoz, retrasado,
exaltado, etc.): ¿el amor-pasión como goce? ¿El goce como sabiduría (cuando
llega a comprenderse a sí mismo fuera de sus propios prejuicios)?
-no hay aburrimiento
sincero: si personalmente el texto-murmullo me aburre es porque en realidad no
amo la demanda.¿Pero si yo la amase (si tuviese algún apetito maternal)? El
aburrimiento no está lejos del goce: es el goce visto desde las costas del
placer.
-La exactitud en
cuestión no resulta de un aumento de los cuidados, no es un plusvalor retórico, como si las cosas fuesen
progresivamente mejor descritas, sino de un cambio de código: el modelo
(lejano) de la descripción no es más el discurso oratorio (no se «pinta» más),
sino una especie de artefacto lexicográfico.
-Cada ficción está
sostenida por un habla social, un sociolecto con el que se
identifica: la ficción
es ese grado de consistencia en donde se alcanza un lenguaje cuando se ha
cristalizado excepcionalmente y encuentra una clase sacerdotal (oficiantes, intelectuales,
artistas) para hablarlo comúnmente y difundirlo.
-Una despiadada tópica
regula la vida del lenguaje; el lenguaje proviene siempre de algún lugar: es un
topos guerrero.
-Entre dos asaltos de
palabras, entre dos presencias de sistemas, el placer del
texto es siempre
posible no como una cesión sino como el pasaje incongruente
—disociado— de otro
lenguaje, como el ejercicio de una fisiología diferente.
-¿Cómo el texto puede «salir» de la
guerra de las ficciones, de los sociolectos? Por un trabajo progresivo de extenuación. En
primer lugar el texto liquida todo metalenguaje, y es por esto que es texto: ninguna voz
(Ciencia, Causa, Institución) está detrás de lo que él dice. Seguidamente, el texto
destruye hasta el fin, hasta la contradicción, su propia categoría discursiva,
su referencia sociolingüística (su «género»); es «lo cómico que no hace
reír»,la ironía que no sujeta el júbilo sin alma, sin mística (Sarduy), la cita
sin comillas. Por último, el texto puede, si lo desea, atacar las estructuras
canónicas de la lengua misma (Sollers): el léxico (exuberantes neologismos,
palabras multiplicadoras, transliteraciones),la sintaxis (no más célula lógica
ni frase). Se trata, por trasmutación (y no solamente por transformación), de
hacer aparecer un nuevo estado filosofal de la materia del lenguaje; este
estado insólito, este metal incandescente fuera del origen y de la comunicación
es entonces parte del lenguaje y no un lenguaje, aunque fuese excéntrico,
doblado, ironizado.
(29)
-en los mejores
—pienso en el de Bataille—,
exaltación de ciertas expresiones y finalmente una especie de heroísmo insidioso.
-¿Cómo el texto puede «salir» de la
guerra de las ficciones, de los sociolectos? Por un trabajo progresivo de extenuación.
-el texto puede, si lo
desea, atacar las estructuras canónicas de la lengua misma
(Sollers): el léxico
(exuberantes neologismos, palabras multiplicadoras, transliteraciones), la sintaxis (no más
célula lógica ni frase).
-Se trata, por
trasmutación (y no solamente por transformación), de
hacer aparecer un nuevo estado filosofal de la materia del lenguaje; este estado insólito,
este metal incandescente fuera del origen y de la comunicación es entonces parte del
lenguaje y no un lenguaje, aunque fuese excéntrico, doblado, ironizado.
-Leemos un texto (de
placer) como una mosca vuela en el volumen de una pieza,
por vueltas bruscas,
falsamente definitivas, apresuradas e inútiles: la ideología pasa sobre el texto y su lectura
como el enrojecimiento sobre un rostro (en el amor algunos gustan eróticamente de este
rubor)
-en Fecundidad de Zola
la ideología es flagrante, particularmente pegajosa:
naturalismo,
familiarismo, colonialismo; eso no impide que continúe leyendo el libro.
¿Esta distorsión es
banal? Es posible encontrar asombrosa la habilidad económica con la que el sujeto se
escinde, dividiendo su lectura, resistiendo al contagio del juicio, a la
metonimia de la
satisfacción: ¿será que el placer vuelve objetivo?
-El texto tiene
necesidad de su sombra: esta sombra es un poco de
ideología, un poco de representación, un poco de sujeto: espectros, trazos, rastros, nubes
necesarias: la subversión debe producir su propio claroscuro
-La lucha social no puede
reducirse a la lucha de dos ideologías rivales: lo que está en cuestión es la subversión de
toda ideología
-la lingüística
enuncia muy bien la verdad sobre el
lenguaje pero solamente en esto: que ninguna ilusión consciente es realizada; es la
definición misma de lo imaginario: la inconsciencia del inconsciente
-Todo lo que es apenas
tolerado o rotundamente rechazado por la lingüística
(como ciencia
canónica, positiva) —la significancia, el goce— es lo que precisamente
retira el texto de los
imaginarios del lenguaje
-eppure si gaude
-Comprendo que para mí
la obra de Proust es la obra de referencia, la mathesis
general, el mandala de
toda la cosmogonía literaria, como lo eran las Cartas de Mme. de Sevigné para la abuela
del narrador, las novelas de caballerías para Don Quijote
-Si usted clava un
clavo en la madera, la madera resiste diferentemente según el lugar
donde se lo clave: se
dice que la madera no es isótropa. El texto tampoco es isótropo: los bordes, la fisura son
imprevisibles.
-Lo propio de nuestra contradicción
(histórica) es que la significancia (el goce) está enteramente refugiada en una alternativa
excesiva: o bien en una práctica del mandarinato (alternativa de una extenuación de la
cultura burguesa), o bien en una idea utópica (la de una cultura del porvenir, surgida de
una revolución radical, inaudita, imprevisible, de la cual el que hoy escribe sólo sabe una
cosa: que, tal como Moisés, no entrará en ella)
-Todos los análisis
socioideológicos concluyen en el carácter deceptivo de la literatura (lo que les quita un poco
de su pertenencia): en todo caso la obra sería finalmente escrita por un grupo socialmente
decepcionado o impotente, fuera de combate por situación histórica, económica, política;
la literatura sería la expresión de esta decepción. Estos análisis olvidan (y es normal
puesto que son hermenéuticas fundadas en la investigación exclusiva del significado) el
formidable reverso de la escritura: el goce, goce que puede explotar a través de los siglos
fuera de ciertos textos, escritos sin embargo bajo el amparo de la más oscura y siniestra
filosofía
-Escribo porque no
quiero las palabras que
encuentro: por sustracción. Y al mismo tiempo, este penúltimo lenguaje es el de mi placer: leo a lo
largo de las noches a Zola, a Proust, a Verne, Montecristo, las Memorias de un
turista, e incluso a veces a Julien Green. Éste es mi placer pero no mi goce. Mi goce sólo
puede llegar con lo nuevo absoluto pues sólo lo nuevo trastorna (enferma) la
conciencia (¿ocurre esto fácilmente?, no lo creo; nueve veces sobre diez lo nuevo no es más que el
estereotipo de la novedad).
-Para escapar a la
alienación de la sociedad presente
no existe más que este medio: la fuga hacia delante: todo lenguaje antiguo está
inmediatamente comprometido, y todo lenguaje deviene antiguo desde el momento en que es
repetido. El lenguaje encrático (el que se produce y se extiende bajo la protección del poder)
es estatutariamente un lenguaje de repetición; todas las instituciones oficiales de lenguaje
son máquinas repetidoras: las escuelas, el deporte, la publicidad, la obra masiva, la
canción, la información, repiten siempre la misma estructura, el mismo sentido, a menudo las
mismas palabras: el estereotipo es un hecho político, la figura mayor de la ideología.
(38)
-repetir hasta el
exceso es entrar en la pérdida, en el cero del significado.
-En resumen, la palabra
puede ser erótica bajo dos condiciones opuestas, ambas
excesivas: si es
repetida hasta el cansancio o, por el contrario, si es inesperada, suculenta por su novedad (en
ciertos textos, las palabras brillan, son como apariciones que distraen, incongruentes —importa
poco que puedan parecer pedantes
-Nietzsche ha hecho notar que la
«verdad» no era más que la solidificación de
antiguas
metáforas
-Nihilismo:
«los fines superiores se desvalorizan».
-Es un
momento inestable, amenazado, pues
otros valores superiores tienden inmediatamente antes de que los primeros sean destruidos
a tomar el primer puesto; la dialéctica no hace más que ligar posibilidades sucesivas:
de ahí proviene la confusión en el seno mismo del anarquismo. ¿Cómo instalar la
carencia de todo valor superior? ¿La ironía? La ironía proviene siempre de un
lugar seguro.
¿La violencia? Es un valor superior y de los mejor codificados. ¿El goce? Sí,
en tanto no
sea dicho, convertido en doctrina. El nihilismo más consecuente es tal vez
aquel que se enmascara:
de una manera interior a las instituciones, a los discursos conformistas,a las
finalidades aparentes.
-Impulsándose hacia los
límites del decir, en una mathesis del lenguaje que no quiere ser confundida
con la
ciencia, el texto deshace la nominación, y esta defección lo acerca al goce.
-En
resumen, habría dos realismos: el primero descifra lo «real» (lo que se
demuestra
pero no se ve); el segundo dice la «realidad» (lo que se ve pero no se
demuestra);
la novela, que puede mezclar los dos realismos, agrega a lo inteligible de lo «real» la
cola fantasmática de la «realidad»: sorpresa por que se comiese en 1791 una «ensalada
de naranjas al ron», como en nuestros actuales restoranes: esbozo de
inteligible histórico
y empecinamiento de la cosa (la naranja, el ron) por estar allí.
-la preclusión
del placer (y mucho más del goce) en una sociedad trabajada por dos morales: una moral
mayoritaria, de la mediocridad; la otra, grupuscular, del rigor (político y/o científico).
Se diría que la idea de placer ya no halaga a nadie. Nuestra sociedad parece a la vez
tranquila y violenta, pero sin lugar a dudas es frígida.
-De todas
las lecturas, la lectura trágica es la más perversa:
obtengo placer escuchándome contar una historia cuyo final conozco: sé y no sé,
hago
frente a mí mismo como si no supiese: sé muy bien que Edipo será descubierto,
que Danton
será guillotinado, pero de todas maneras… En relación con la historia dramática —aquella
en la que se ignora el final— hay desaparición del placer y progresión del goce (en la
cultura de masa actual, donde se efectúa un gran consumo de «dramáticas», hay
por lo tanto
poco goce).
-La
muerte del Padre suprimió muchos de los placeres de la literatura. ¿Si ya no
hay Padre para qué
seguir contando historias? ¿Todo relato no se vincula al Edipo? ¿Contar no es siempre
buscar el origen, decir sus querellas con la Ley, entrar en la dialéctica del
enternecimiento
y del odio?
-Proximidad
(¿identidad?) del goce y del miedo. Lo que repugna en esta vinculación no es tanto la
idea de que el miedo es un sentimiento desagradable —idea banal— sino que es un
sentimiento mediocremente indigno;
-Por una
última fatalidad, el sujeto que tiene miedo permanece siendo siempre un sujeto;
tal vez pueda
ser remplazado por la neurosis (se habla entonces de angustia, palabra noble, científica:
pero el miedo no es la angustia).
-recordé
este escándalo científico: no existe ninguna gramática locutiva (gramática de
lo que se
habla y no de lo que se escribe, y para comenzar: gramática del francés
hablado).Estamos
entregados a la frase (y de allí a la fraseología).
-En
efecto, es el poder de acabamiento el que define la maestría
frástica y marca con una destreza suprema costosamente adquirida, conquistada, a los
agentes de la Frase. El profesor es alguien que termina sus frases. El político entrevistado
se preocupa visiblemente por imaginar un final a su frase: ¿y si olvidara lo que tiene
que decir? ¡Toda su política se vería perjudicada! ¿Y el escritor? Valéry
decía: «No se
piensan palabras, solamente se piensan frases».
-escritor:
un Piensa-Frases
-la
lingüística ha señalado su
carácter paradójico: inmutablemente estructurado y sin embargo infinitamente renovable:
algo así como el juego de ajedrez.
¿A menos
que para ciertos perversos la frase sea un cuerpo?
(pag.46)
-El texto de goce es
absolutamente intransitivo. Sin embargo la perversión no es
suficiente para
definir al goce, es su extremo quien puede hacerlo: extremo siempre
desplazado, vacío,
móvil, imprevisible. Este extremo garantiza el goce: una perversión a medias se embrolla
rápidamente en un juego de finalidades subalternas: prestigio,
ostentación,
rivalidad, discurso, necesidad de mostrarse, etc.
-el placer del texto no es seguro:
nada nos dice que el mismo
texto nos gustará por segunda vez; es un placer que fácilmente se disuelve, se disgrega
por el humor, el hábito, la circunstancia, es un placer precario (obtenido
gracias a una
plegaria silenciosa dirigida a las Ganas de sentirse bien y que estas Ganas
pueden
revocar);
de ahí proviene la imposibilidad de hablar de ese texto desde el punto de vista
de la
ciencia positiva (su jurisdicción es la de la ciencia crítica: el placer como
principio crítico).
- El goce del texto no es precario,
es peor, es precoz; no se produce en el tiempo justo,
no
depende de ninguna maduración. Todo se realiza de una vez y este arrebato es
evidente en la
pintura actual: desde el momento en que es comprendida, el principio de la
pérdida se vuelve
ineficaz, es necesario pasar a otra cosa. Todo se juega, se goza, en la primera mirada.
El texto
es (debería ser) esa persona audaz que muestra su trasero al Padre Político.
- habría «pequeños histéricos»
(esos lectores)
que obtendrían goce de un singular teatro: no el de la grandeza sino el de la mediocridad
(¿si es que hay sueños, fantasmas de mediocridad?).
- El arte parece comprometido
históricamente, socialmente. Por eso el artista se esfuerza por
destruirlo.
Veo tres
formas en este esfuerzo. El artista puede pasar a otro significante: si es
escritor
hacerse cineasta, pintor, o, por el contrario, si es pintor, cineasta, o
desarrollar
interminables
discursos críticos sobre el cine, la pintura, reducir voluntariamente el arte amsu crítica.
El artista puede también dejar la escritura y someterse a la significancia de
la misma,
hacerse sabio, teórico intelectual, hablar para siempre desde una zona moral
limpia de toda
sensualidad de lenguaje; puede también anularse, dejar de escribir, cambiar de oficio,
de deseo.
- La desgracia es que esta
destrucción es siempre inadecuada; o bien se hace desde el
exterior
del arte y por lo tanto se vuelve no pertinente, o bien la destrucción
consiente en permanecer
en la práctica del arte y en consecuencia se ofrece rápidamente a la
recuperación
(la vanguardia, ese lenguaje rebelde que va a ser recuperado).
- hay un acuerdo estructural entre
las formas contestatarias y las formas cuestionadas.
- Inversamente, entiendo por
subversión sutil aquella que no se interesa directamente
en la
destrucción, esquiva el paradigma y busca otro término: un tercer término que
sin
embargo
no sea un término de síntesis sino un término excéntrico, inaudito. ¿Un
ejemplo? Tal vez
Bataille, que frustra el término idealista por un materialismo inesperado donde ocupan su
lugar el vicio, la devoción, el juego, el erotismo imposible, etc.; de esta
manera, Bataille
no opone al pudor la libertad sexual, sino… la risa).
-p.50
-El texto de placer no
es forzosamente aquel que relata placeres; el texto de goce no es
nunca aquel que cuenta
un goce. El placer de la representación no está ligado a su objeto: la pornografía no
es segura. En términos
zoológicos se dirá que el lugar del placer textual no es la relación de
la copia y del modelo (relación de imitación), sino solamente la del engaño y la copia
(relación de deseo, de producción)
-Por otra parte sería
necesario distinguir entre la figuración y la representación.
La figuración sería el
modo de aparición del cuerpo erótico (no importa la forma o
grado) en el perfil
del texto.
-La representación
sería una figuración inflada, cargada de múltiples sentidos pero
donde está ausente el
sentido del deseo: un espacio de justificaciones (realidad, moral,
verosimilitud,
legibilidad, verdad, etc.). Veamos un texto de pura representación: Barbey d’Aurevilly escribe de
la virgen de Memling: «Está erguida,perpendicularmente presentada. Los seres
puros son erguidos. Las mujeres castas se reconocen en el talle y el movimiento, las
voluptuosas se deslizan lánguidamente y se inclinan casi a punto de caer».
-La representación es
precisamente eso: cuando nada sale, cuando nada salta fuera del
marco, del cuadro, del
libro, de la pantalla
-Apenas se ha dicho
algo sobre el placer del texto, en cualquier parte aparecen dos
gendarmes preparados
para caernos encima: el gendarme político y el gendarme
psicoanalítico:
futilidad y/o culpabilidad
-Vieja, muy vieja
tradición: el hedonismo ha sido reprimido por casi todas las
filosofías, sólo entre
los marginados se encuentra la reivindicación hedonista: Sade,
Fourier, para
Nietzsche mismo el hedonismo es un pesimismo
-se nos habla continuamente
del Deseo pero nunca del Placer, el Deseo tendría una dignidad epistémica pero el
Placer no. Se diría que la Sociedad (la nuestra) rechaza (y acaba por ignorar) de tal manera
el goce que no puede sino producir epistemologías de la Ley
-Es curiosa esta permanencia filosófica
del Deseo (en tanto nunca es satisfecho): ¿esta palabra no denotaría una «idea de
clase»? (Presunción de una prueba bastante grosera pero sin embargo bastante
notoria: lo «popular» no conoce el Deseo, sólo placeres).
-Parece que existiría
una mística de Texto. Por el contrario, todo el esfuerzo consiste en
materializar el placer
del texto, en hacer del texto un objeto de placer como cualquier
otro.
-pues lo que el texto
dice a través de la particularidad de su
nombre es la ubicuidad del placer, la atopía del goce
-Imaginar una estética
(si la palabra no está demasiado devaluada) fundada hasta el final (completamente,
radicalmente, en todos los sentidos) en el placer del consumidor, fuese quien fuese,
pertenezca a la clase o al grupo que sea, sin consideración de culturas y de lenguajes: las
consecuencias serían enormes, tal vez incluso desgarradoras
-el sueño hace hablar
a todo lo que en mí no es extraño, extranjero: es una
anécdota incivil hecha
con sentimientos muy civilizados (el sueño sería civilizador).
-p.54
-No es solamente el
carácter fatalmente metalingüístico de toda investigación institucional lo que
traba la escritura del placer textual, ocurre también que actualmente somos
incapaces de concebir una verdadera ciencia del devenir (la única que podría
reunir nuestro placer sin disfrazarlo de una tutela moral)
-El árbol es a cada
instante una cosa nueva; afirmamos la forma porque no aprehendemos la sutileza
de un movimiento absoluto» (Nietzsche). El Texto sería también ese árbol cuya
nominación (provisoria) debemos a la grosería de nuestros órganos. Seríamos
científicos por falta de sutileza.
-¿Qué es la
significancia? Es el sentido en cuanto es producido sensualmente.
-estremecimiento de su
anulación
-Entonces tal vez el
sujeto reaparece pero no ya como ilusión sino como ficción. Es posible obtener
un cierto placer de una manera de imaginarse como individuo, de inventar una de
las más raras y últimas ficciones: lo ficticio de la identidad. Esta ficción no
es ya la ilusión de una unidad, es por el contrario el teatro de sociedad donde
hacemos comparecer a nuestro plural: nuestro placer es individual, pero no
personal.
-Se podría imaginar
una tipología de los placeres de lectura —o de los lectores de
placer—; esta
tipología no podría ser sociológica, pues el placer no es un atributo del
producto ni de la
producción; sólo podría ser psicoanalítica comprometiendo la relación de la
neurosis lectora con la forma alucinada del texto. El fetichista acordaría con
el texto cortado, con la parcelación de las citas, de las fórmulas, de los
estereotipos, con el placer de las palabras. El obsesivo obtendría la
voluptuosidad de la letra, de los lenguajes segundos, excéntricos, de los
metalenguajes (esta clase reuniría a todos los logófilos, lingüistas,
semióticos, filólogos, todos aquellos para quienes el lenguaje vuelve). El paranoico consumiría o
produciría textos sofisticados, historias desarrolladas como razonamientos,
construcciones propuestas como juegos, como exigencias secretas. En cuanto al histérico
(tan contrario al obsesivo), sería aquel que toma al texto por moneda contante
y sonante, que entra en la comedia sin fondo, sin verdad, del lenguaje, aquel
que no es el sujeto de ninguna mirada crítica y se arroja a través del texto
(que es una cosa totalmente distinta a proyectarse en él).
-Texto quiere decir
Tejido; pero si hasta aquí se ha tomado este tejido como un producto, un
velo detrás del cual
se encuentra más o menos oculto el sentido (la verdad), nosotros
acentuamos ahora la
idea generativa de que el texto se hace, se trabaja a través de un
entrelazado perpetuo;
perdido en ese tejido —esa textura—, el sujeto se deshace en él
como una araña que se
disuelve en las segregaciones constructivas de su tela. Si
amásemos los
neologismos podríamos definir la teoría del texto como una hifología (hifos:es el tejido y la tela de la araña).
-¿el materialismo radical
hacia el cual tiende la teoría es concebible
sin el pensamiento del placer, del goce? ¿Los raros materialistas del pasado —cada uno a su
manera—, Epicuro, Diderot, Sade, Fourier, no han sido todos eudemonistas
declarados?
-puede perturbar el
retorno del texto a la moral, a la verdad: a la moral de
la verdad: es un
indirecto, un «descentrador» si se puede decir, sin el cual la teoría del
texto volvería a
convertirse en un sistema centrado, una filosofía del sentido.
-No se puede decir
nunca de manera suficiente la fuerza de suspensión del placer: es una verdadera epojé, una
detención que fija desde lejos todos los valores admitidos (admitidos por sí mismos). El
placer es un neutro (la forma más perversa de lo demoníaco).
--la oxidación de las consonantes, la voluptuosidad de las vocales, toda
una estereofonía de la
carne profunda: la articulación del cuerpo, de la lengua, no la del
sentido, la del
lenguaje.
-El honor es
generalmente un desecho del poder
-el poder (la libido
dominandi) está allí, agazapado en todo discurso que se sostenga
así fuere a partir de
un lugar fuera del poder.
-Pero ¿y si el poder
fuera plural, como los demonios? «Mi nombre es Legión»,
-el discurso de la
arrogancia.
-llamo discurso de
poder a todo discurso que engendra la falta, y por ende la
culpabilidad del que
lo recibe
-La razón de esta
resistencia y de esta ubicuidad es que el
poder es el parásito de un organismo transocial, ligado a la entera historia del hombre, y
no solamente a su historia política, histórica. Aquel objeto en el que se inscribe el poder
desde toda la eternidad humana es el lenguaje o, para ser más precisos, su expresión obligada:
la lengua.
-Como Jakobson lo ha demostrado, un idioma
se define menos por lo que permite decir que por lo que obliga a decir.
-Hablar, y con más razón
discurrir, no es, como se repite demasiado a menudo, comunicar, sino sujetar: toda la
lengua es una acción rectora generalizada.
-Pero la lengua, como
ejecución de todo lenguaje, no es ni reaccionaria ni progresista, es simplemente fascista,
ya que el fascismo no consiste en impedir decir, sino en obligar a decir.
-Desde que es
proferida, así fuere en la más profunda intimidad del sujeto, la lengua
ingresa al servicio de
un poder. En ella, ineludiblemente, se dibujan dos rúbricas: la
autoridad de la
aserción, la gregariedad de la repetición.-
-Pero a nosotros, que no somos
ni caballeros de la fe ni superhombres, sólo nos resta, si puedo así decirlo, hacer trampas
con la lengua, hacerle trampas a la lengua. A esta fullería saludable, a esta esquiva y
magnífica engañifa que permite escuchar a la lengua fuera del poder, en el esplendor de una
revolución permanente del lenguaje, por mi parte yo la llamo: literatura.
-Lo que aquí trato de
señalar es una responsabilidad de la forma; pero esta responsabilidad no puede evaluarse en
términos ideológicos; por ello las ciencias de la ideología siempre han gravitado tan
escasamente sobre aquélla. De estas fuerzas de la literatura quiero indicar tres, que ordenaré
bajo tres conceptos griegos: Mathesis, Mímesis, Semiosis.
-todas las ciencias
están presentes en el monumento
literario. Por esto puede decirse que la literatura, cualesquiera fueren las escuelas en cuyo
nombre se declare, es absoluta y categóricamente realista: ella es la realidad, o sea, el
resplandor mismo de lo real.
-La ciencia es basta,
la vida es sutil, y para corregir esta
distancia es que nos interesa la literatura.
-En la medida en que
pone en escena al lenguaje —en lugar de
simplemente utilizarlo—, engrana el saber en la rueda de la reflexividad infinita:
a través de la escritura, el saber reflexiona sin cesar sobre el saber según un discurso que
ya no es epistemológico sino dramático
-Según el discurso de la ciencia
—o según un cierto discurso de la ciencia—, el saber es un enunciado; en la
escritura, es una enunciación. El enunciado, objeto ordinario de la lingüística, es dado
como el producto de una ausencia del enunciador. Lenunciación, a su vez, al exponer el
lugar y la energía del sujeto, es decir, su carencia (que no es su
ausencia), apunta a lo
real mismo del lenguaje; reconoce que el lenguaje es un inmenso
halo de implicaciones,
efectos, resonancias, vueltas, revueltas, contenciones
-La segunda fuerza de
la literatura es su fuerza de representación. Desde la antigüedad
hasta los intentos de
la vanguardia, la literatura se afana por representar algo. ¿Qué? Yo diría brutalmente: lo
real. Lo real no es representable, y es debido a que los hombres quieren sin cesar
representarlo mediante palabras que existe una historia de la literatura
-que la literatura es
categóricamente realista en la medida en que sólo
tiene a lo real como objeto de deseo; y diría ahora, sin contradecirme puesto que empleo aquí
la palabra en su acepción familiar, que también es obstinadamente
irrealista: cree
sensato el deseo de lo imposible.
-Esta función,
posiblemente perversa y por ende dichosa, tiene un nombre: es la
función utópica. Aquí
nos reencontramos con la historia.
-períodos más
desolados de la desdicha capitalista, cuando la literatura encontró
con Mallarmé —al menos para nosotros, los franceses— su figura exacta. La modernidad
—nuestra modernidad, que entonces comienza— puede definirse por ese hecho nuevo:
que en ella se conciban utopías de lenguaje
-«Cambiar la lengua»,
expresión mallarmeana, es concomitante con
«Cambiar el mundo», expresión marxista: existe una escucha política de Mallarmé, de los que
lo siguieron y aún lo siguen.
-Dante discute muy
seriamente para decidir en qué lengua escribirá el
Convivio: ¿en latín o
en toscano? No es en absoluto por razones políticas o polémicas por las que eligió la
lengua vulgar, sino al considerar la apropiación de una y otra lengua a su materia: ambas lenguas
—como para nosotros el francés clásico y el moderno, el francés escrito y el hablado—
constituyen así una reserva en la cual se siente libre de abrevar según la verdad del
deseo
-Desplazarse puede
significar entonces colocarse allí donde no se los
espera o, todavía y
más radicalmente, abjurar de lo que se ha escrito (pero no
forzosamente de lo que
se ha pensado) cuando el poder gregario lo utiliza y lo serviliza.
-Puede decirse que la
tercera fuerza de la literatura, su fuerza
propiamente semiótica,
reside en actuar los signos en vez de destruirlos, en meterlos en
una maquinaria de
lenguaje cuyos muelles y seguros han saltado; en resumen, en instituir, en el seno mismo de la
lengua servil, una verdadera heteronimia de las cosas.
-La ciencia misma del
deseo —el psicoanálisis— no puede dejar de morir un
día, aunque mucho le
debamos, como mucho le debemos a la teología: porque el deseo es más fuerte que su
interpretación.
-A esta deconstrucción
de la lingüística es a lo que yo denomino semiología.
-Entonces la
lingüística me pareció estar trabajando tras un inmenso señuelo, tras un objeto que ella tornaba
abusivamente limpio y puro, limpiándose los dedos en la madeja del discurso como
Trimalción en los cabellos de sus esclavos.
-La semiología sería
desde entonces ese trabajo
que recoge la impureza de la lengua, el desecho de la lingüística, la corrupción inmediata
del mensaje: nada menos que los deseos, los temores, las muecas, las intimidaciones,
los adelantos, las ternuras, las protestas, las excusas, las agresiones, las músicas de las que
está hecha la lengua activa.
-creía yo (hacia 1954)
que una ciencia de los signos
podía activar la crítica social, y que Sartre, Brecht y Saussure podían reunirse en ese
proyecto; se trataba en suma de comprender (o de describir) cómo una sociedad produce
estereotipos, es decir, colmos de artificio que consume enseguida como unos sentidos innatos,
o sea, colmos de naturaleza. La semiología (mi semiología al menos) nació de una
intolerancia ante esa mescolanza de mala fe y de buena conciencia que caracteriza a la
moralidad general y que al atacarla Brecht llamó el Gran Uso. La lengua trabajada por
el poder: tal ha sido el objeto de esta primera semiología.
- -Si la semiología de
la que hablo retornó entonces al Texto es porque, en ese concierto
de pequeñas
dominaciones, el Texto se le apareció como el índice mismo del despoder.
-La semiología aquí
propuesta es entonces negativa o, mejor aún independientemente de la pesadez del término—,
apofática, no porque niegue al signo sino porque niega que sea posible atribuirle
caracteres positivos, fijos, ahistóricos, acorporales; en síntesis, científicos. Este
apofatismo implica por lo menos dos consecuencias que se conectan directamente con la
enseñanza de la semiología.
-Y no se trata
ciertamente de que la literatura sea
destruida, sino que ya no está custodiada: es pues el momento de ir hacia ella. La semiología
literaria sería ese viaje que permite desembarcar en un paisaje libre por desheredamiento: ni
ángeles ni dragones están allí para defenderla.
-75
-Hay una edad en la que se enseña lo
que se sabe: pero inmediatamente viene otra en la que se enseña lo que no se sabe: eso se
llama investigar.
-Quizás ahora arribe
la edad de otra experiencia: la de desaprender, de dejar
trabajar a la recomposición imprevisible que el olvido impone a la sedimentación de los
saberes, de las culturas, de las creencias que uno ha atravesado. Esta experiencia creo que
tiene un nombre ilustre y pasado de moda, que osaré tomar aquí sin complejos, en la
encrucijada misma de su etimología: Sapientia: ningún poder, un poco de
prudente
saber y el máximo posible de sabor
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