-impune
de los brazos de la paduana; el
mismo
médico no logró tranquilizarme sino con gran trabajo, persuadiéndome de que
estaba
conformado de un modo particular que hacía muy difícil que pudiese quedar
infestado;
¿quiere decir que tenia el prepucio muy cerrado?
-Aventura
amorosa con la morena italiana Zulietta en la góndola.
para
gozar; ha colocado en mi mala cabeza el veneno de esta felicidad inefable, cuyo
apetito
depositó en mi corazón.(196)
podido
sentir nada semejante a lo que ella me hizo experimentar. Así que desde las
primeras
familiaridades hube conocido el precio de sus gracias y de sus caricias, cuando,
por
miedo de perder el fruto, de antemano quise apresurarme a cogerlo; mas de
repente, en
vez
del fuego que me devoraba, sentí un frío mortal que me recorría todas las
venas; las
piernas
me flaqueaban, y, sintiéndome desfallecer, empecé a llorar como un niño.
¡Quién
fuera capaz de adivinar la causa de mis lágrimas y lo que en aquel instante
pasaba
por
mi mente!(196)
amor; el espíritu y el cuerpo son perfectos; es tan buena y
generosa como amable y bella:
los grandes y los príncipes deberían ser esclavos suyos y a sus
pies deberían rendirse los
cetros. Sin embargo, es una miserable cortesana, entregada al
público; un capitán mercante
dispone de ella y viene por sí misma a entregarse a mí, sabiendo
que nada poseo; a mí, cuyo
mérito, que ella es incapaz de conocer, es nulo a sus ojos. Hay en
esto algo de
incomprensible: o mi corazón me engaña, fascina mis sentidos y me
convierte en juguete de
una indigna ramera o es fuerza que algún secreto defecto, que yo
ignoro, destruya el efecto
del embeleso y la haga odiosa a los que deberían disputársela.
Entonces me apliqué a
buscar este defecto, dominado por una lucha interna singular, y ni
siquiera se me ocurrió la
idea de que el gálico pudiese tomar parte en ello. La frescura de
sus carnes, el brillo de su
tez, la blancura de sus dientes, la suavidad de su aliento, la pulcritud de toda su persona,
alejaban de mí esta idea tan completamente, que, conservando aún
alguna duda sobre el
estado de mi salud desde la paduana, hasta sentía el temor de no
hallarme bastante sano
para ella; y estoy bien persuadido de que en este punto mi
confianza no me engañaba.
Estas reflexiones tan oportunamente sugeridas me conmovieron hasta
el punto de hacerme
llorar. Zulietta, para quien era esto un espectáculo nuevo en
semejantes circunstancias,
quedó cortada por un momento; mas, habiendo dado una vuelta por el
cuarto y pasado por
delante del espejo, comprendió y mis ojos le confirmaron que no
era el desagrado la causa
de semejante fiasco, de que no le fue difícil curarme y borrar
esta nimia vergüenza(197)
Estas
reflexiones tan oportunamente sugeridas me conmovieron hasta el punto de
hacerme
llorar.
Zulietta, para quien era esto un espectáculo nuevo en semejantes
circunstancias,
quedó
cortada por un momento; mas, habiendo dado una vuelta por el cuarto y pasado
por
delante
del espejo, comprendió y mis ojos le confirmaron que no era el desagrado la
causa
de
semejante fiasco, de que no le fue difícil curarme y borrar esta nimia
vergüenza; mas en
el
momento en que estaba próximo a desfallecer sobre aquel seno, que parecía recibir
por
vez
primera la boca y la mano de un hombre, observé que le faltaba un pezón.
Sorprendí,
examiné
y creí que no estaba formado como el otro. Echéme a buscar en mi mente cómo
podía
ser eso, y, persuadido de que era debido a un vicio de la Naturaleza, a fuerza
de dar
vueltas
a esta idea, vi claro como la luz del día que, en la persona de la más
encantadora
muchacha
que pudiese imaginar, no tenía en mis brazos más que una especie de monstruo,
desecho
de la Naturaleza, de los hombres y del amor. Llevé mi estupidez basta el
extremo
de
hablarle de este pecho defectuoso. Al principio, ella lo tomó a broma, y, con
su carácter
bullicioso,
dijo e hizo cosas capaces de hacerme morir de amor; mas como yo conservaba
un
fondo de inquietud, que no pude ocultarle, vi al fin encenderse su rostro,
abrocharse de
nuevo,
levantarse, y sin decir palabra ir a asomarse a la ventana. Yo quise colocarme
a su
lado;
ella se apartó, yendo a sentarse sobre un canapé, levantándose en seguida; y,
paseándose
por la estancia, abanicándose, me dijo en tono frío y desdeñoso: Zanetto, Lascia
le donne, e studia la matemática(197)
Carrió
era galanteador; fastidiado de no
tratar
más que con muchachas que pertenecían a otros, tuvo cl capricho de tener una
también;
y, como éramos inseparables, me propuso el arreglo, en Venecia nada raro, de
tomarla
para los dos.(197)
buscó
que al fin desenterró una niña de once a doce años, a quien su indigna madre
quería
vender.
Fuimos a verla juntos; mis entrañas se conmovieron viendo aquella criatura; era
rubia
y dulce como un cordero; nadie la hubiera tomado por italiana. En Venecia se
vive
barato;
dimos algún dinero a la madre y nos encargamos de la manutención de la hija, y,
teniendo
ésta buena voz, a fin de procurarle un recurso para vivir, dímosle una espineta
y
un
maestro de canto. Apenas nos costaba todo esto dos zequíes mensuales a cada
uno; mas,
como
era preciso aguardar a que estuviese desarrollada, era sembrar mucho antes de
recoger.
Sin embargo, satisfechos con ir allí a pasar las veladas, hablando y jugando
muy
inocentemente
con esta niña, nos divertíamos quizá más gratamente que si la hubiésemos
poseído;
tan cierto es que lo que más nos atrae hacia las mujeres es más que la
incontinencia
cierto placer que se experimenta viviendo con ellas. Insensiblemente iba
amando
a la pequeña Anzoletta, pero con un cariño paternal, en que tan poca parte
tenían
los
sentidos que a medida que iba aumentando me hubiera sido menos posible que se
dejaran
sentir; y yo conocía que me hubiera horrorizado gozar de aquella niña, llegada
su
edad
núbil, como de un incesto abominable, y vi que los sentimientos del buen
Carrió, sin
que
él lo echara de ver, seguían el mismo camino. Así nos proporcionamos
naturalmente
placeres
no menos dulces, aunque muy diferentes de los que nos propusimos al principio;
y
estoy
cierto de que por más hermosa que hubiese podido llegar a ser a3ue-lla pobre
criatura,
lejos
de ser jamás los corruptores de su inocencia, habríamos sido sus protectores.
La
catástrofe
que me ocurrió poco tiempo después de eso no me dejó el necesario para tomar
parte
en esta buena obra, y no puedo envanecerme en este asunto más que de la
inclinación
de
mi alma. Volvamos a mi viaje.(198)
Había
conocido en Venecia a un vizcaíno amigo de mi querido Carrió, y digno
de
serlo de todo hombre de bien. Este amable joven, nacido para poseer todos los
talentos y
todas
las virtudes, acababa de recorrer Italia para adquirir el gusto de las bellas
artes; y,
pareciéndole
que nada más tenía que adquirir, quería volverse directamente a su patria. Yo
le
dije que las artes no eran más que un descanso para un ingenio como el suyo,
apto para el
cultivo
de las ciencias, y le aconsejé que para aficionarse a ellas fuese a vivir seis
meses en
París.
Me creyó y fue allá, donde me esperaba cuando llegué. Su habitación era sobrado
grande
para él y me ofreció la mitad, que acepté. Halléle en el fervor de los grandes
conocimientos.
Nada estaba fuera de su alcance; todo lo devoraba y digería con prodigiosa
rapidez.
¡Cuánto me agradeció haber procurado este alimento a su espíritu, atormentado
por
la
necesidad de saber sin que lo sospechase él mismo! ¡ Qué tesoro de luces y de
virtudes
encontré
en esta alma de temple fuerte! Conocí que era el amigo que me convenía, y
llegamos
a ser íntimos. Nuestros gustos no eran iguales, siempre estabamos disputando;
tercos
ambos, jamás estábamos acordes en punto alguno, y, sin embargo, no podíamos
separarnos;
y, mientras sin cesar nos hacíamos la oposición, ninguno de los dos hubiera
querido
que el otro fuese de distinta manera.(200)
Ignacio
Manuel de Altuna era uno de esos hombres raros que sólo produce España, aunque
demasiado
pocos para su gloria. No tenía esas pasiones violentas nacionales, comunes en
su
país;
la idea de la venganza no podía entrar en su mente, como tampoco podía tener
cabida
en
su corazón el deseo de la misma. Era demasiado altivo para ser vengativo, y le
he oído
decir
muchas veces con la mayor sangre fría que ningún mortal podía inferir una
ofensa a
su
alma. Era galante sin ser tierno; jugaba con las mujeres como si fuesen lindas
criaturas.
Se
divertía con las queridas de sus amigos, mas nunca le vi tener ninguna ni
desearla
tampoco.
El fuego de la virtud que alimentaba su corazón no permitió nunca que brotara
el
de
sus sentidos.
Acabados
sus viajes, se casó; murió joven dejando hijos, y estoy persuadido como de mi
propia
existencia de q
ue
su mujer fue la primera y la única que le hizo conocer los placeres
del
amor. En lo exterior era devoto a la española, mas en su interior tenía la
piedad de un
ángel.(201)
llevado
hasta la minuciosidad. De antemano fijaba la distribución del día por horas,
cuartos
le
hora y minutos, y seguía esta distribución tan escrupulosamente que, si hubiese
dado la
hora
en el momento en que estaba leyendo una frase, hubiera cerrado el libro sin
acabarla.(201) A la vuelta de algunos años debía yo pasar a Azcoitia para vivir
con
él en sus tierras.
Diríase
que sólo logran buen resultado los miserables complots de los malvados; los
inocentes
proyectos de los buenos casi nunca se cumplen.(202)
Teresa
Le Vasseur, era de buena familia, hija de un oficial de la fábrica de
moneda
de Orleáns y de una tendera, los cuales tenían muchos hijos. No funcionando ya
la
casa
de moneda de Orleáns(202)
“Virginidad
-exclamé-, ¿se puede buscar en
París
a los veinte años? ¡Ah, Teresa mía, ya soy harto afortunado poseyéndote
prudente tal
cual
eres, y sana, aunque no halle lo que no buscaba!”(203)
Al
principio, me propuse formar su inteligencia, mas fue tiempo perdido. Su
capacidad era
lo
que la Naturaleza la había hecho; el cultivo y el trabajo no le servían de
nada. No me
avergüenzo
de confesar que nunca ha sabido leer bien, a pesar de que escribe regularmente.
Cuando
fui a vivir en la calle Neuvedes-Petits-Champs en la fonda de Pontchartrain,
frente
a
mis ventanas había un cuadrante en el cual me esforcé durante más de un mes en
hacerle
conocer
las horas; hoy día apenas las conoce. Jamás ha podido seguir el orden de los
meses
del
año, y no conoce una sola cifra, no obstante todo el cuidado que he puesto para
enseñárselas.
No sabe contar el dinero ni el precio de nada. La palabra que se le ocurría
hablando,
era a menudo la opuesta a lo que quería expresar. Tiempo atrás hice un
diccionario
de sus frases para divertir a la señora de Luxembourg, y sus quid pro quos han
sido
célebres en las reuniones que he frecuentado. Sin embargo, esta persona tan
limitada, y
si
se quiere tan estúpida, razona de un modo excelente en las ocasiones difíciles.
A menudo
en
Suiza, en Inglaterra, en Francia, en las catástrofes que he sufrido, ella ha
visto lo que yo
mismo
no veía; me ha dado los mejores consejos, me ha sacado de peligros en que yo
ciegamente
me precipitaba(203)
Personas
de
reconocida
integridad colocadas en situaciones difíciles, maridos engañados> mujeres
seducidas,
partos clandestinos, he aquí los asuntos más comunes; y el que más enriquecía
la
Casa
de Expósitos era siempre el más aplaudido. Esto me sedujo; formé mi modo de
pensar
conforme
a lo que veía ser corriente entre personas tan amables, y muy buenos sujetos en
el
fondo,
diciéndome: “Ya que son éstas las costumbres del país, cuando se vive en él
bien
pueden
seguirse”. He aquí la salida que yo necesitaba, y me resolví a seguirla
gallardamente
sin el menor escrúpulo; y el único que tuve que vencer fue el de Teresa, por
quien
me vi en los mayores apuros para hacerle adoptar este medio, único de salvar su
honor.
Su madre, que temía además una nueva invasión de chiquillos, vino a apoyarme, y
entonces
se dejó convencer. Buscóse una comadrona prudente y segura, llamada la señorita
Gouin,
que vivía en la esquina de San Eustaquio, para confiarle este secreto, y,
llegada la
ocasión,
Teresa fue acompañada por su madre a casa de la Gouin para dar a luz. Yo fui
varias
veces a verla. Le llevé una cifra que hice por duplicado en dos tarjetas, y se
puso una
en
las mantillas del niño, que fue depositado por la comadrona en la Casa de
Expósitos, del
modo
acostumbrado- Al año siguiente, vuelta a lo mismo, menos la señal, que fue
olvidada.
Ya
no fue preciso ninguna reflexión de mi parte, ni el asentimiento de su madre:
Teresa
obedecía,
si bien con dolor. Sucesivamente se verán todas las vicisitudes que esta
conducta
fatal
ha producido en mi modo de pensar, así como en mi destino. Entre tanto
atengámonos
a
esta primera época, pues sus consecuencias, tan crueles como imprevistas, me
obligarán(211)
Bellegarde,
que fue a poco condesa de Houdetot. La primera vez que la vi era la víspera de
su
casamiento; estuvo hablándome largo rato con esa encantadora familiaridad que
le es
natural.
Yo la encontré muy amable; pero estaba bien lejos de prever que esta joven
sería
algún
día el árbitro de mi destino, y me arrastraría, aunque inocentemente, al abismo
donde
yazgo
ahora(212)
LIBRO
OCTAVO (1749)
Me
sirve la
memoria
mientras de ella me fío, pero, desde el momento en que confío el recuerdo al
papel,
me abandona, y cuando escribo una cosa no la recuerdo ya más. Esto me sucede
también
con la música. Antes de aprenderla, sabía de memoria innumerables canciones,
mas
tan luego como supe cantar con el papel delante, no he podido retener ninguna;
y dudo
mucho
que pudiese recitar una completa aun de las que más me han gustado.(215)
Lo
que recuerdo muy claramente en el caso presente es que, al llegar a Vincennes,
me
hallaba
presa de una agitación que parecía un delirio. Diderot lo notó: le expliqué la
causa y
le
leí la Prosopopeya de Fabricio, escrita con lápiz debajo de una encina. Me
exhortó a dar
libre
vuelo a mis ideas y a concurrir al certamen. Así lo hice, y desde ese momento
me
perdí.
Todo el resto de mí vida y de mis desdichas fue el inevitable efecto de este
momento
de
extravío(215)
Mis
sentimientos se acomodaron con una rapidez inconcebible al tono de mis ideas.
El
entusiasmo
por la verdad, la libertad y la virtud ahogó todas mis pequeñas pasiones; y lo
mas
sorprendente es que esta efervescencia subsistió en mi corazón durante más de
cuatro o
cinco
años, llegando a tan alto grado como jamás haya existido en otro corazón
humano.
Escribí
este discurso de modo muy singular, que casi siempre be seguido en todas mis
demás
obras. Le consagraba los insomnios de mis noches. Meditaba en el lecho con los
ojos
cerrados, y volvía y revolvía los períodos en mí mente con inexplicable
dificultad;
luego,
cuando quedaba satisfecho de ellos, los conservaba en mi memoria hasta que
pudiese
trasladarlos
al papel; pero al tiempo de levantarme y vestirme, todo se me olvidaba y,
cuando
me había colocado frente al papel, no recordaba nada de lo que había compuesto.
Ocurrióseme
tomar por secretario a la señora Le Vasseur. La había alojado con su hija y su
marido
más cerca de mí, y venía a mi casa todas las mañanas, para ahorrarme un criado,
a
encender
lumbre y hacerme la comida. A su llegada, desde la cama le dictaba el trabajo
de
la
noche; y este sistema, que he seguido durante mucho tiempo, me ha evitado
muchos
descuidos
(215)
Los
que, en una carta que han querido atribuirme, me han hecho decir
que
no había reído más que dos veces en mi vida, no me conocieron en aquel tiempo,
ni en
mi
juventud; pues seguramente no se les hubiera ocurrido semejante idea.(218)
acabó
de fermentar en mi corazón esta
primera
levadura de heroísmo y de virtud que mi padre, mi patria y Plutarco habían
depositado
en él. Nada me pareció tan grande y bello como el ser libre, virtuoso, superior
a
la
fortuna y a la opinión, y bastarse a sí mismo.(218)
Mi
tercer hijo fue también entregado a la inclusa, así como los dos siguientes,
pues en total
fueron
cinco los que tuve. Este proceder me pareció tan bueno, tan sensato, tan
legítimo,
que,
si no me jactaba de ello, sólo fue por respeto a la madre; pero lo dije a todos
los que
conocían
nuestras relaciones; se lo revelé a Diderot, a Grimm, posteriormente a la
señora de
Épinay,
a la de Luxembourg, y esto libre y francamente, sin ninguna necesidad y
pudiendo
ocultarlo
fácilmente, a todo el mundo; pues la Gouin era una buena mujer muy discreta y
con
la cual podía contar con toda confianza. El único amigo con quien tuve interés
en
franquearme
fue el médico Thierry, que cuidó a mi pobre tía en uno de sus partos, que fue
muy
dificultoso; en una palabra, mi conducta nunca fue misteriosa, no solamente
porque
nunca
he sabido ocultar nada a mis amigos, sino porque efectivamente no veía en ello
ningún
mal. Bien considerado todo, escogí para mis hijos lo mejor o lo que creí ser
mejor.
Yo
hubiera querido y quisiera todavía haber sido criado y educado como lo han sido
ellos.
efecto
sino ponerme en ridículo, y empezaron
por
desprestigiarme para difamarme después. Más que mi celebridad literaria, fue mi
reforma
personal, que data de esa época, lo que me atrajo sus celos; tal vez me habrían
perdonado
que brillara en el arte de escribir; mas no pudieron perdonarme que diera con
mi
conducta
un ejemplo que parecía importunarles. Yo había nacido para la amistad; mi
carácter
comunicativo y dulce la mantenía sin trabajo. Mientras viví ignorado del
público,
fui
querido de cuantos me conocieron, y no tuve un solo enemigo; mas tan luego como
tuve
un
nombre, perdí todos los amigos. fue un gran infortunio; pero mucho más grande
fue
todavía
el yerme rodeado de gentes que tomaban este nombre, y que no emplearon el
derecho
que les daba sino para arrastrarme a mi perdición. La continuación de estas
Memorias
desenvolverá esta odiosa trama; aquí no manifiesto más que su origen; pronto se
verá
formarse el primer nudo(222)
acallando
la voz de la vanidad, de cajero de un asentista
pasé
a ser copista de música. Creí haber ganado mucho con esta elección; y tan
cierto es
que
no me he arrepentido, que no la he dejado sino por necesidad y con el propósito
de
volver
a ella en cuanto pueda.(222)
Empecé
la reforma por mi traje; me quité el oropel y las medias blancas; adopté una
peluca
sencilla;
dejé la espada; vendí mi reloj, diciendo para mis adentros con increíble
satisfacción:
gracias al cielo, ya no tendré necesidad de saber qué hora es. El señor de
Francueil
tuvo la amabilidad de esperar todavía mucho tiempo antes de nombrar a otro
cajero;
mas al fin, viendo que mi resolución era irrevocable, puso en mi lugar al señor
de
Alibard,
antiguo preceptor del joven Chenonceaux, y conocido en la Botánica por su Flora
parísiensis.(223)
La
víspera de Navidad, mientras las mujeres estaban en vísperas y yo me
hallaba
en el concierto espiritual, forzaron la puerta de un granero, donde estaba
tendida
toda
nuestra ropa blanca, después de una colada que se acababa de hacer. Todo lo
robaron,
y,
entre otras, cuarenta y dos camisas mías de hilo muy fino que constituían lo
mejor de mi
ropa
blanca.(223)
Esta
aventura
me
curó de mi pasión por la ropa blanca lujosa, y desde entonces la he usado
siempre muy
común,
adecuada a mi porte.(223)
había
presenciado,
puesto que tenía sin reconocerle ante su vista al autor que decía haber visto
tanto.
Lo más singular de esta escena fué el efecto que en mi ánimo produjo. Aquel
hombre
era
ya de cierta edad, no tenía aire de presumido ni de fatuo; su rostro anunciaba
un hombre
de
mérito y su cruz de San Luis acusaba un antiguo oficial. A pesar de su
insolencia y a
pesar
mío, se me hacía interesante; a medida que iba vomitando sus mentiras, yo me
sonrojaba,
bajaba los ojos, me hallaba sobre espinas, y a veces buscaba allá en mi
interior si
habría
algún medio de creer que estaba en un error y obraba de buena fe. En fin,
temiendo
que
alguno me reconociese y afrentase al narrador, me apresuré a tomar mi chocolate
sin
decir
una palabra y, bajando la cabeza al pasar por delante de él, salí lo más pronto
que me
fué
posible, mientras los circunstantes hacían comentarios sobre su relato- Cuando
llegué a
la
calle, me encontré sudando a chorros; y estoy seguro que si alguien me hubiese
reconocido
y llamado antes de salir, me hubiera visto avergonzado y corrido como un
culpable,
sólo por el sentimiento del pesar que hubiera tenido que sufrir aquel pobre
hombre
si se hubiese descubierto su mentira.(232)
Heme
aquí llegado a uno de esos momentos críticos de mi vida, donde es difícil
concretarme
sencillamente a narrar, porque es casi imposible que la narración misma no
lleve
impreso un carácter de censura o de apología. Con todo, procuraré referir cómo
obré y
en
virtud de qué motivos, sin añadir alabanzas ni vituperios.(231)
Durante
muchos meses, después de comer iba a pasearme solo por el Bosque de
Bolonia,
meditando asuntos para obras, y no volvía hasta la noche.(239)
Íbamos
en un coche particular, que nos conducía con los mismos
caballos
a pequeñas jornadas. Yo bajaba a menudo y andaba a pie. Apenas estábamos a la
mitad
del camino, cuando Teresa manifestó repugnarle altamente quedarse sola en el
coche
con
Gauffecourt, y cuando, a pesar de sus ruegos, quería yo bajar, ella hacia lo
mismo y
seguía
andando. Yo la reñía por este capricho, y hasta me opuse al fin a que siguiera
haciéndolo,
de modo que acabó por verse obligada a declararme el motivo. Yo creí delirar,
me
pareció cosa del otro mundo, cuando supe que mi amigo el señor de Gauffecourt,
que
tenía
más de sesenta años, gotoso, impotente, gastado por los placeres, desde nuestra
salida
se
afanaba en corromper a una mujer que ya no era joven ni hermosa y pertenecía a
su
amigo,
y esto por los medios más bajos y vergonzosos, hasta el extremo de presentarle
su
bolsillo,
de procurar tentarla con la lectura de un libro abominable y con las figuras
infames
de
que estaba lleno. Teresa, indignada, le tiró el libro por la portezuela; y supe
que
habiendo
tenido que acostarme el primer día sin cenar a causa de una violenta jaqueca,
él
había
empleado todo el tiempo que estuvieron solos en tentativas y manejos más dignos
de
un
sátiro y de un mico que de un hombre honrado a quien había fiado mi compañera y
meconfiaba yo mismo. ¡Qué sorpresa! ¡Qué opresión de corazón para mí
enteramente nueva!
Yo,
que hasta entonces habla creído que la amistad era inseparable de todos los
sentimientos
buenos y nobles, que constituyen todo su encanto, me vela por primera vez en
la
vida obligado a hermanarla con el desdén, a retirar la confianza y la
estimación a un
hombre
a quien apreciaba y de quien me creía apreciado. El desdichado me ocultaba su
torpeza,
y yo me vi obligado a ocultarle mi desprecio, a fin de no exponer a Teresa, y a
guardar
en el fondo de mi corazón sentimientos que debía ignorar.
En
el castillo de la señora Epinay, esta arregló una casita aislada –Ermitage-
para dejársela al misántropo Rousseau.
(referido
a la instalación de Voltaire en Ginebra y la aversión mutua)Desde entonces tuve
a Ginebra por perdida y no me equivoqué. Quizá
hubiera
debido ir a desafiar de frente la tempestad, si me hubiese sentido bastante
fuerte.
Pero
¿qué habría hecho yo solo, tímido, sin saber hablar, contra un hombre
arrogante,
opulento,
sustentado con el apoyo de los grandes, dotado de una brillante locuacidad, y
siendo
ya el ídolo de las mujeres y de los jóvenes?(243)
Quiero
ser siempre justo y verídico, decir de los demás lo
bueno
en cuanto me sea posible, no decir jamás lo malo sino en cuanto a mí me atañe,
y me
vea
obligado a ello.(254)
LIBRO
NOVENO (1756)
en
París, sumergido en el torbellino del gran mundo, la
sensualidad
de los convites, el brillo de los espectáculos, los humos de la vanagloria,
siempre
venían a arrancarme suspiros y a avivar mis deseos los bosquecillos, los
riachuelos
y
mis paseos solitarios.(246)
Además
de esto, a pesar de mi natural pereza, era laborioso cuando quería serlo;
y
mi pereza no era tanto la de un hombre amigo de no hacer nada como la del que
quiere
ser
independiente y le gusta -~ trabajar a su voluntad.(246)
conocí
que el escribir para ganar dinero pronto hubiera abogado mi ingenio y muerto mi
talento,
que estaba más en mi pluma que en mi corazón, y que era hijo de un modo de
pensar
elevado y altivo, único que podía alimentarlo. Una pluma venal no puede dar
nada
grande
y vigoroso. La necesidad, tal vez la avidez, me hubiera hecho trabajar
atendiendo
más
a la cantidad que a la calidad.(246)
siempre
he creído que la condición de
autor
no podía ser ilustre y respetable sino estando lejos de ser un oficio(247). El
bosque de Montmorency era su cuarto de
estudio.
¿cuál
es la forma de gobierno propia para
formar
al pueblo más virtuoso, más ilustrado, más prudente, mejor en fin, tomando esta
palabra
en su sentido más lato? Había creído ver que esta cuestión se relacionaba
íntimamente
con esta otra, si bien era diferente: ¿cuál es el gobierno que, por su
naturaleza,
está
siempre más cerca de la ley?; y de aquí, ¿qué es la ley? y una cadena de
cuestiones de
igual
importancia. Veía que todo esto me conducía a grandes verdades, útiles a la
felicidad
del
género humano, pero sobre todo a la de mi patria, donde, en el viaje que
acababa de
hacer,
no habla encontrado las nociones de la ley y de la libertad bastante rectas ni
bastante
claras
a mi modo de ver; y habla creído que este modo indirecto de enseñársela era el
más a
propósito
para no ofender el amor propio de sus miembros y hacerme perdonar el haber
visto
algo más que ellos en este punto.(248)
proyecto
de libro no realizado: La
moral
sensitiva o el materialismo del sabio.(251)
no
puedo meditar sino andando; tan luego como me detengo, no medito
más;
mi cabeza anda al compás de mis pies.(251)(Esta idea la copio Nietz)
Sin
embargo, había tenido la precaución de
pertrecharme
de un trabajo de gabinete para los días de lluvia, y fué mi Diccionario de
música,
cuyos materiales dispersos, mutilados e informes hacían necesario casi empezar
de
nuevo.
Trajeme algunos libros que para ello necesitaba; había pasado dos meses sacando
extractos
de muchos otros, que me prestaban en la biblioteca del rey, de los cuales me
permitieron
llevar alguno al Ermitage. He aquí mis provisiones para compilar en casa
cuando
el tiempo no me permitiese salir y me fastidiase de copiar. Este arreglo me
venía
tan
bien que me sirvió así en el Ermitage como en Montmorency y luego también en
Motiers,
donde acabé esta tarea mientras hacía otros trabajos, hallando siempre que un
cambio
de trabajo es un descanso.(251)(Esta idea la copio Marx)
Aunque
desde hacía algunos años iba con bastante frecuencia al campo, casi era sin
gozar
de
él, y estos viajes, verificados siempre en compañía de personas presuntuosas,
inutilizados
siempre por la falta de libertad, no hacían más que exaltar mi afición a los
placeres
campestres, cuya imagen veía tan de cerca para sentir más su privación. Estaba
tan
aburrido
de los salones, de los juegos de agua, de los bosquecillos, de los jardines y
de los
todavía
más fastidiosos cicerones de todo esto; estaba tan cansado de folletos, de
clavicordios,
de tresillo, de enredos, de insípidas agudezas, de desabridas monadas,
decuentos y de cenas, que cuando divisaba algún sencillo espinar, un vallado,
una granja, un
prado;
cuando al pasar por una aldea percibía el olor de alguna tortilla con
perifollo; cuando
a
lo lejos oía el rústico estribillo de la canción de las pastoras, renegaba del
arrebol, de los
falbalás
y del ámbar; y, echando de menos la comida de casa y el vino del cosechero, de
buena
gana hubiera dado de bofetones al jefe de la partida o anfitrión que me hacían
comer
a
la hora en que ceno, y cenar a la hora de dormir; (252)
¿Qué pensará, pues, el lector cuando yo le diga,
con toda mi veracidad, de que al presente no puede dudar, que
desde el primer momento
que la vi hasta hoy día jamás he sentido por ella la menor llama
de amor; que no la deseé
poseer más que a la señora de Warens, y que la necesidad de los
sentidos, satisfecha con
ella, ha sido para mí únicamente la del sexo, sin que hubiese nada
personal? ¿Creerá que,
formado de otro modo que los demás hombres, fuí incapaz de sentir
el amor, puesto que
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- 254 -
para nada entraba en el afecto que me han inspirado las mujeres
que más he querido?
Paciencia, ¡oh, lector!, el momento funesto se acerca y harto
desengañado has de quedar(253)
Corito?
256
Polisinodia,
o pluralidad de
consejos,(259)
¿Cómo
era posible que, dotado de un temperamento tan ardiente, con un corazón
todo
amor, no hubiese éste ardido en su llama por un objeto determinado una vez
siquiera?
Me
vela próximo a las puertas de la vejez, devorado por la necesidad de amar sin
haberla
podido
satisfacer jamás, y a morir sin haber vivido. (261)
y
he ahí al grave ciudadano de
Ginebra,
al austero Juan Jacobo, convertido de improviso en el extravagante pastor, a
eso
de
los cuarenta y cinco años. Aunque tan repentina y loca, la especie de
embriaguez que de
mi
se apoderó fué tan viva y duradera que para curar de ella fué necesaria la
imprevista y
terrible
crisis de los males en que me precipito.(261)
Por
poco que me haya conocido, el lector lo habrá adivinado. La
imposibilidad
de alcanzar los objetos reales me lanzó al país de las quimeras; y no viendo
nada
real que satisficiese mi delirio, lo distraje con un mundo ideal que mi
imaginación
creadora
pobló en breve de seres conformes con las aspiraciones de mi corazón. Jamás
vino
tan
a propósito este recurso ni resultó tan fecundo. En mis continuos éxtasis me
embriagaba
a
más no poder con los sentimientos más dulces que jamás hayan entrado en el
corazón del
hombre.(262)
Desde
entonces Voltaire ha publicado la réplica que
me
habla prometido, pero sin enviármela, y es la novela Cándido, de que no puedo
hablar,
porque no la he
leído.(263)
coloqué
mis jóvenes pupilas en Vevai(…)A fuerza de repetirse estas ficciones, al fin
tomaron más consistencia y se fijaron en mi
cerebro
bajo una forma determinada. Entonces fué cuando tuve el capricho de estampar en
el
papel algunas de las situaciones que aquellas me ofrecían; y recordando cuanto
en mi
juventud
había sentido, dar así libre vuelo, en cierto modo, a los deseos que no había
podido satisfacer,
y que me devoraban. (264)
Después
de los severos principios que yo acababa dé establecer con
tanto
aparato, después de los austeros principios que había predicado tan
vigorosamente,
después
de tan mordaces invectivas contra los libros afeminados que respiraban amor y
molicie,
¿podía darse nada más inesperado, nada más chocante que yerme repentinamente
inscrito por mí
mismo entre los autores de estos libros por mí tan duramente castigados?(266)
zagalejo o refajo
Vino,
la vi, y como estaba ebrio de amor sin objeto, esta embriaguez
fascinó
mis ojos, y este objeto se fijó en ella; vi a mi Julia en la señora de
Houdetot, y a
poco
no vi más que a la señora de Houdetot, pero revestida de todas las perfecciones
con
que
acababa de adornar al ídolo de mi corazón. Para acabar de trastornarme, me
habló de
Saint-Lambert
como amante apasionada. ¡Oh fuerza contagiosa del amor! Oyéndola,
hallándome
a su lado, me sentía dominado de un temblor delicioso que jamás había
experimentado
junto a nadie. Ella hablaba y yo me sentía conmovido; creía no hacer más
que
tomar interés por sus sentimientos cuando en realidad los experimentaba
semejantes,
tragaba
a grandes sorbos el veneno del que sólo gustaba la dulzura. En fin, sin que uno
ni
otro
lo notásemos, me inspiró todo lo que expresaba sentir por su amante. ¡Ay de mí!
Cuán
tarde
se me ocurrió y cuánto me hizo sufrir arder en una pasión, tan desgraciada como
viva,
por una mujer cuyo
corazón llenaba otro amor.(270)
pronto
vi, en las bromas de éste sobre mis excursiones silvestres, con
qué fruición habían
convertido al eremita en enamorado pastor.(279)
¿Os
acordáis de
aquel hombre de la
comedia, que grita dando palos: he aquí el oficio del filósofo?(281)
y
cuán frecuentemente la audacia y la altivez están de parte
del culpable,
mientras el inocente se halla confuso y avergonzado.(290)
Pero
ya es tiempo de entrar en la exposición de la gran revolución de mi
destino,
de la gran catástrofe que ha dividido mi vida en dos partes tan distintas, y
que ha
hecho que de una
causa muy leve hayan resultado tan terribles efectos.(291)
LIBRO DECIMO (1758)
extremo
del jardín en que se hallaba mi habitación. Esta torrecilla, que
terminaba
en forma de terrado, estaba situada sobre el valle y estanque de Montmorency, y
me
ofrecía por término de la perspectiva el sencillo pero respetable castillo de
Saint-
Gratien,
retiro del virtuoso CatinatEn este lugar, entonces
cubierto de hielo, fué donde sin
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- 305 -
abrigo contra el viento y la nieve, y sin otro fuego que el de mi
corazón, en el espacio de
tres
semanas compuse mi Carta a D'Alembert acerca de los espectáculos (304)
En
el mismo pueblo de Saint-Brice tenía al librero Guerin, hombre de talento,
instruido,
amable
y de los de más jerarquía en su clase. Éste me hizo conocer a Juan Néaulme,
librero
de Amsterdam,
corresponsal y amigo suyo, quien posteriormente imprimió el Emilio.(310)
Pero
la indolencia, el descuido y las dilaciones en
los
pequeños deberes que tenía que llenar, me han hecho más daño que los grandes
vicios.
Mis
peores faltas han sido de omisión: raras veces he hecho lo que no debía hacer,
y
desgraciadamente
aun he hecho menos veces lo que convenía.(313)
Las
mujeres de París, dotadas de tanta penetración, no tienen acerca de esto idea
alguna
exacta; y a fuerza de querer que pudiese ahorrar gastos, me arruinaban. Si
cenaba
algo
lejos de mi casa, en vez de permitir que enviase por un coche, la señora de la
casa
hacía
enganchar los caballos para volverme; ella quedaba contenta evitándome el gasto
de
los
veinticuatro sueldos del fiacre, pero no pensaba en el escudo que yo regalaba
al lacayo y
al
cochero. Una mujer me escribía desde París al Ermitage o a Montmorency, y
pensando
que
su carta me había de costar cuatro sueldos de porte, me la remitía por uno de
sus
criados,
que llegaba sudando a mares, y a quien daba yo de comer y un escudo que
seguramente tenía
bien ganado.(316)
317
Aunque hasta entonces no fuesen muy interesantes por los hechos,
yo
conocía que podían llegar a serlo por la franqueza que era capaz
de usar; y resolví formar
con ellas una obra única, por su veracidad sin ejemplo, a fin de
que a lo menos una vez
siquiera pudiese verse a un hombre tal como es interiormente.
Siempre me había reído de la
falsa sinceridad de Montaigne, quien, fingiendo confesar sus
defectos, pone gran cuidado
en no atribuirse sino aquellos que tienen carácter agradable;
cuando yo, que siempre me he
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- 318 -
creído, y bien considerado, aun me creo el mejor de los hombres,
estoy convencido de que
no hay interior humano, por puro que sea, que no tenga algún vicio
feo. Yo sabía que se me
presentaba a los ojos del público bajo un aspecto tan poco
parecido al mío, y a veces tan
disforme, que, a pesar de lo malo, de que no quería callarme nada,
no podía menos de ganar
aun
mostrándome tal cual soy.(318)
En
este solitario edificio fué donde me dieron a escoger entre los cuatro
departamentos que
encerraba
completos, además de los bajos, que contenían un salón de baile, una sala de
billar
y una cocina. Tomé la más pequeña y modesta, situada sobre la cocina, que tuve
también.
Reinaba allí una limpieza encantadora; el moblaje era blanco y azul. En esta
profunda
y deliciosa soledad, en medio de los bosques y de las aguas, de los variados
conciertos
de los pájaros, percibiendo el perfume de la flor de naranjo, fué donde compuse
en
un continuo éxtasis el quinto libro de Emilio, cuyo colorido bastante fresco
debo en gran
parte a la
impresión del sitio donde escribía.(320)
sentí
por ellos una amistad que no es permitido
sino entre
iguales.(321)
325
En
el momento en que escribo esto, acabo de recibir los peligrosos avances de una
mujer
joven que tiene puestos en mí sus peligrosos ojos; pero si ella ha fingido
olvidar mis
doce
lustros, yo me he acordado de ellos. Después de salir de este paso, no temo las
recaídas, y
respondo de mí para el resto de mis días.(334)
La
corrupción es igual en todas partes; ya no existen virtudes ni
buenas
costumbres en Europa; pero si aun queda algún cariño hacia ellas, debe buscarse
en
París.
Con
todo, es necesario aun hacer otra
distinción;
esta lectura no es seguramente a propósito para esa clase de personas de
ingenio
que
sólo son astutas y que no tienen penetración sino para comprender el mal, y que
no ven
nada
en donde no debe verse más que el bien. Por ejemplo, si Julia se hubiese
publicado en
cierto
país, que me callo, estoy seguro de que nadie hubiera concluido su lectura y
que
habría muerto al
nacer. (335)
Richardson
tiene el mérito de haberlos
presentado
bien caracterizados todos: mas en cuanto a su número, precisamente es lo que
tiene
de común con los más insípidos novelistas; que a fuerza de personajes y de
aventuras
suplen
su esterilidad. Es muy fácil despertar la atención presentando incesantemente
caras
nuevas
y acontecimientos inauditos, que pasan como las figuras de la linterna mágica;
pero
sostener
esta atención con los mismos objetos y sin maravillosos acontecimientos es a la
verdad
más difícil, y si, en igualdad de condiciones, la sencillez de la acción
aumenta la
belleza
de la obra, las novelas de Richardson, superiores en tantos otros puntos, no
podrían
en
éste entrar en paralelo con las mías. Actualmente ha muerto, lo sé y no ignoro
la causa;
pero
resucitará.(336)
Apareció
a principios del carnaval. Un vendedor de libros la llevó a la princesa de
Talmont
,
un día de baile en la Ópera. Después de cenar se hizo vestir para ir al baile,
y, mientras
llegaba
la hora, se puso a leer la novela. A medianoche ordenó que enganchasen y siguió
leyendo.
Fueron a decirle que el coche estaba dispuesto, y nada respondió. Viendo sus
criados
que iba siendo tarde, fueron a advertirla que eran las dos de la madrugada. “No
hay
prisa
aún”, replicó, siempre leyendo. Más tarde, viendo su reloj parado, llamó para
preguntar
la hora; le contestaron que eran las cuatro. “Siendo así -dijo-, es demasiado
tarde
para ir al baile;
que desenganchen”. Se hizo desnudar, y pasó el resto de la noche leyendo(336)
el abate de
Boufflers, joven tan brillante cuanto es posible serlo,(339)
El
beso que más me sorprendió fué el
de
la señora de Mirepoix; pues también estaba presente. La señora maríscala de
Mirepoix
tiene
un temperamento extremadamente frío, es muy honesta y reservada, y me parece
que
no
está completamente exenta de la altivez propia de la casa de Lorena. Nunca
había hecho
gran
caso de mí. Sea porque me halagase este inesperado honor, y procurase aumentar su
precio,
o que este abrazo llevase de su parte algo de esa conmiseración que es natural
en los
corazones
generosos, ello es que hallé en su acción y en su mirada no sé qué de enérgico
que
me llegó al alma. Pensando con frecuencia nuevamente en ello, he sospechado
después
que,
no ignorando la suerte a que estaba condenado, no había podido evitar un
momento de
compasión por mi
destino(358)
Por
otra
parte mi aspecto era poco imponente para que me sirviesen bien; y es sabido que
en
Francia
los caballos de posta no corren sino dando latigazos al postillón. Creí suplir
el
ademán
y las palabras pagando con exceso; esto fué peor aun. Me tomaron por un patán
que
viajaba por encargo y que iba en posta por vez primera en su vida. Desde
entonces no
me
dieron sino rocines, siendo juguete de los postillones, y acabé por donde
hubiera debido
empezar>
teniendo paciencia y resignándome a callar e ir como mejor les pluguiese.(359)
Se
nos predica
mucho
el perdón de las ofensas; indudablemente es una virtud muy hermosa, pero que yo
no tengo.(359)
Asimismo recordé los Idilios, de Gessner, que me había enviado su
traductor Hubert, hacia
algún tiempo. Estas dos ideas se refrescaron de tal modo en mi
memoria, se mezclaron de
tal suerte en mi mente, que probé a reunirlas tratando el tema del
Levita de Efraim al estilo
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- 360 -
de Gessner. Ese estilo bucólico y candoroso parecía poco a
propósito para un asunto tan
atroz, y tampoco era de presumir que mi situación me sugiriese
ideas muy risueñas para
amenizarlo. Apenas lo hube ensayado, cuando me sorprendió lo
florido de mis ideas y la
facilidad
con que las vertía. En tres días compuse los tres primeros cantos de este
pequeño(360)
y
estoy seguro de no haber hecho en mi vida
otra
obra en que reine una pureza de costumbres más tierna, tan colorido más fresco,
pinturas
más candorosas, mayor propiedad, una sencillez más al gusto antiguo en todo, y
esto
a pesar de lo horrible del asunto, que en el fondo es abominable; de suerte que
además
tuve
el mérito de la dificultad vencida. Si el Levita de Efraim no es la mejor de
mis obras,
será
siempre para mí la más querida. Jamás la he vuelto a leer, ni lo haré sin
sentir el
aplauso
interno de un corazón sin hiel, que, lejos de agriarse por sus desdichas, se
consuela
consigo mismo, y en
sí mismo encuentra medio de desquitarse.(360)
y en vez de permanecer en palacio me hubiese vuelto a mi cama a
dormir
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- 361 -
tranquilamente la fresca mañana, ¿se hubiera decretado igualmente
mi prisión? Tesis
magna de que depende la solución de muchas otras, y para el examen
de la cual no es inútil
tener presentes la hora del decreto conminatorio y la del decreto
real. Ejemplo grosero, pero
palpable, de la importancia de los menores detalles en la
exposición de los hechos, cuyas
secretas
causas se buscan, para descubrirlas por inducción(361)
LIBRO
DUODÉCIMO (1762)
-Lo
que jamás he podido soportar es la
habladuría
de las tertulias, donde están todos sentados unos enfrente de otros, sin tener
más
que
afilar la lengua. Cuando se va de camino, cuando se pasea, vaya con Dios; a lo
menos
los
pies y los ojos hacen alguna cosa; pero permanecer quieto, con los brazos
cruzados,
hablando
del tiempo que hace y de las moscas que vuelan, o, lo que es peor, dirigirse
mutuos cumplidos,
es para mí un suplicio insoportable.
-Después
que hubo marchado, Montmollin dió nuevo impulso a sus manejos, y el populacho
ya
no conoció freno alguno. Yo, sin embargo, seguía paseándome tranquilamente en
medio
de
los gritos, y dando nuevo incentivo a mis paseos la afición a la botánica, que
iniciada al
lado
del doctor de Ivernois, me hacia recorrer el país herborizando, sin inmutarme
por los
clamores de toda
aquella canalla, cuyo furor se excitaba con mi sangre fría.(388)
-La
ociosidad de las
reuniones
es mortal por ser forzada, la del aislamiento es encantadora por ser libre y
voluntaria.
Estando en compañía, me mortifica no hacer nada, por lo mismo que estoy
obligado
a ello: fuerza es permanecer allí clavado en una silla o en pie, plantado como
una
estaca,
sin mover pies ni cabeza, sin atreverme a correr, saltar, gritar, ni gesticular
cuando
me
viene en voluntad, sin atreverme aun a meditar, teniendo a la vez todo el
fastidio de la
ociosidad
y todo el tormento de la sujeción; obligado a prestar atención a todas las
tonterías
que
se dicen y a todos los cumplimientos que se hacen y a fatigar incesantemente mi
espíritu
para no dejar de colocar a mi vez mi equivoquillo y mi embuste. ¿Y a esto se
llama
ociosidad? Esto es
un trabajo propio de forzados.(393)
-El
sosiego que yo deseo no es el de un haragán que permanece con los brazos
cruzados en
total
inacción, y no piensa, porque no se mueve. Es a la vez el de un niño que se
mueve sin
cesar
para no hacer nada y el de un viejo chocho que divaga, en tanto que sus brazos
permanecen
quietos. Me gusta ocuparme en hacer bagatelas, empezar mil cosas sin acabar
ninguna,
ir y venir a mí antojo, cambiar de proyecto a cada instante, seguir el vuelo de
una
mosca,
querer perforar una roca para ver lo que está debajo, emprender con ardor un
trabajo
de
diez años y abandonarlo sin pesar a los diez minutos, malgastar el día entero
sin orden ni
concierto, y no
seguir más que el capricho del momento(394)
-Mis
plegarias son más raras y más secas; mas, al contemplar un
hermoso
paisaje, me siento conmovido sin saber por qué. He leído que un sabio obispo,
al
visitar
su diócesis, halló una vieja que, por toda oración, no sabía decir más que
¡Oh!, y le
dijo:
“Buena vieja, continuad rogando siempre así; vuestra oración vale más que las
nuestras. Esta
mejor oración es también la mía.”(395)
-Se
dice
de
Fagon, primer médico de Luis XIV, el cual nombraba y conocía perfectamente
todas las
plantas
del Jardín Real, que se hallaba tan ignorante en cl campo que no conocía
ninguna.
Yo
soy precisamente lo contrario: conozco algo de lo que produce la Naturaleza,
pero nada
del arte del
jardinero.(395)
-conejos para poblana(¿)
-Experimentaba
un goce singular viendo quebrarse las ondas
a
mis pies. Allí veía un trasunto del mundano bullicio y de la paz de mi mansión;
y esta
idea
me enternecía a veces hasta el punto de sentir las lágrimas correr por mis
mejillas. No
turbaba
este sosiego, que disfrutaba con apasionamiento, más que el temor de perderlo;
pero esta inquietud
era tal, que llegaba a menoscabar aquella dulzura.(396)
-Sólo
una cosa me espantaba en este viaje: era la ineptitud
y
la adversión que tuve siempre por la vida activa a que iba a yerme condenado. Nacido
para
meditar a mis anchas en la soledad, no era a propósito para hablar, agitarme,
tratar de
negocios entre los
hombres..(399)
-Estaba
seguro de que, saliendo así de mi esfera acabaría por serles
inútil y labrar
mi desgracia.(339)
-Por
mi parte, lo declaro altamente y sin temor: cualquiera que, aun sin haber leído
mis
obras, examinando por sus propios ojos mis sentimientos, mi carácter, mis
costumbres,
mis
inclinaciones, mis placeres, mis hábitos, pueda creerme un malvado, es un
hombre
digno de la horca.(403)
FIN
-