miércoles, 8 de mayo de 2013

Rousseau. Confesiones XI


 

-la  cual, saliendo del reposo por medio de sacudidas violentas, pero volviendo a él por

cansancio y por gusto, conduciéndome siempre lejos de las grandes virtudes y más aun de

los grandes vicios, a la vida ociosa y tranquila para la cual me sentía nacido, no me

permitió nunca en bien ni en mal, lanzarme a nada grande.(170)

-La seguridad, la voluptuosidad, la confianza con que me entregaba a esta vida indolente y

solitaria, careciendo de medios para subsistir así tres meses, es una de las particularidades

de mi vida y una de las rarezas de mi carácter(176)

-Me recibió en su tocador: estaba con los brazos desnudos, suelto el cabello y mal

compuesto el peinador. Esta introducción era enteramente nueva para mí; mi pobre cabeza

no pudo resistirla; me turbó, me alucinó y, en una palabra, me enamoré de la señora Dupin.(178)

-hizo amistad con un secretario de embajada en París, señor Carrió, a quien conoció en Venecia (186)

-Allí, solo, encerrado en mi palco, me entregaba, a pesar

de la duración del espectáculo, al placer de gozarlo a mi gusto hasta el fin. Un día me quedé

dormido en el teatro de San Crisóstomo y más profundamente que si estuviera en mi cama.

Los pasajes más ruidosos y brillantes no pudieron despertarme; mas, ¿quién pudiera

expresar la deliciosa sensación que me causaron la dulce armonía y los angélicos cantos del

trozo que me despertó? ¡ Qué despertar, qué arrobamiento, qué éxtasis cuando a un mismo

tiempo abrí los ojos y los oídos! El primer pensamiento fue creerme en el paraíso. Ese trozo

encantador que todavía recuerdo y jamás olvidaré, empezaba así:

Conservami la bella

Che sí m'accende in cor

Quise poseer este trozo, lo conseguí y lo he guardado largo tiempo; pero mejor lo

conservaba en mi memoria que sobre el papel donde constaban seguramente las mismas

notas, pero no era aquello mismo. Esta divina aria sólo en mi mente puede ser ejecutada,

como lo fue en efecto el día que me despertó(192)

-A mi modo de ver hay una música muy superior a la de las óperas y que no tiene semejante

en Italia ni en el resto del mundo, y es la de las scuole. Las scuole son casas de caridad

establecidas para dar educación a niñas pobres, a quienes dota luego la república casándolas

o haciéndolas monjas. Entre los conocimientos que cultivan esas niñas, la música ocupa el

primer lugar. Cada domingo en la iglesia de cada una de esas cuatro scuole, durante las

vísperas, se ejecutan motetes a gran coro y a gran orquesta, compuestos y dirigidos por los


más grandes maestros de Italia, ejecutados en tribunas enrejadas, únicamente por niñas, de

las cuales la mayor no cuenta veinte años. Nada conozco tan voluptuoso, tan conmovedor

como esta música; las maravillas del arte, el gusto exquisito de los cantos, la belleza de las

voces, la exactitud de la ejecución, todo, en fin, en esos deliciosos conciertos concurre a

producir una impresión que no es seguramente muy saludable, pero de que no creo que

haya corazón capaz de librarse. Ni Carrió ni yo dejábamos nunca de asistir a esas vísperas

en los Mendicanti, y no éramos los únicos. La iglesia estaba llena siempre de aficionados, y

hasta los mismos actores de la ópera iban a estudiar el verdadero gusto del canto con estos

excelentes modelos. Lo que me desconsolaba eran aquellas malditas rejas que, dando sólo

paso a los sonidos, me ocultaban los bellos ángeles que tales voces tenían. Yo no hablaba

de otra cosa. Un día, conversando de ello en casa de Le Blond, éste me dijo: “Si tenéis

curiosidad por conocer a esas niñas, fácil es satisfaceros. Yo soy uno de los administradores

de la casa y quiero que podáis merendar en su compañía”. Yo no le dejé punto de reposo

hasta que hubo cumplido su palabra. Al entrar en el salón que encerraba esas codiciadas

bellezas sentí una emoción amorosa que jamás había experimentado. El señor Le Blond me

presentó, una tras otra, todas aquellas cantatrices célebres, de quienes no conocía más que

la voz y el nombre. “Venid, Sofía...”. Era horrible. “Venid, Cattína...” Era tuerta. “Venid,

Batti.....” Estaba desfigurada por las viruelas. Apenas había una que no tuviese un defecto

notable. El malvado se reía de mi cruel sorpresa. Sin embargo, hubo dos o tres que no me

parecieron del todo feas: mas no cantaban sino en los coros. Yo estaba desconsolado.

Durante la merienda, las estimularon y estuvieron animadas. La fealdad no excluye las

gracias, y las encontré en ellas. Yo me decía: no se canta así sin alma; por consiguiente,

deben tenerla. En fin, mi manera de verlas cambió de tal modo que salí prendado de todas

aquellas feítas. Apenas me atrevía a volver a sus vísperas, mas en breve me tranquilicé y

continué hallando sus cantos deliciosos, y sus voces prestaban en mi mente tal encanto a

sus rostros, que siempre que cantaban, a pesar de mis ojos, me empeñaba en hallarlas

bellas.(193)

-y fueron bailados por

una joven llamada Bettina, linda y sobre todo amable muchacha, mantenida por un español,

amigo nuestro, llamado Fagoaga y a casa de la cual íbamos a pasar la velada.(193)

 -como allí se dice, per non parer troppo coglione(194)

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