-la cual,
saliendo del reposo por medio de sacudidas violentas, pero volviendo a él por
cansancio
y por gusto, conduciéndome siempre lejos de las grandes virtudes y más aun de
los
grandes vicios, a la vida ociosa y tranquila para la cual me sentía nacido, no
me
permitió nunca en
bien ni en mal, lanzarme a nada grande.(170)
-La
seguridad, la voluptuosidad, la confianza con que me entregaba a esta vida
indolente y
solitaria,
careciendo de medios para subsistir así tres meses, es una de las
particularidades
de mi vida y una de
las rarezas de mi carácter(176)
-Me
recibió en su tocador: estaba con los brazos desnudos, suelto el cabello y mal
compuesto
el peinador. Esta introducción era enteramente nueva para mí; mi pobre cabeza
no pudo resistirla;
me turbó, me alucinó y, en una palabra, me enamoré de la señora Dupin.(178)
-hizo amistad con
un secretario de embajada en París, señor Carrió, a quien conoció en Venecia (186)
-Allí,
solo, encerrado en mi palco, me entregaba, a pesar
de
la duración del espectáculo, al placer de gozarlo a mi gusto hasta el fin. Un
día me quedé
dormido
en el teatro de San Crisóstomo y más profundamente que si estuviera en mi cama.
Los
pasajes más ruidosos y brillantes no pudieron despertarme; mas, ¿quién pudiera
expresar
la deliciosa sensación que me causaron la dulce armonía y los angélicos cantos
del
trozo
que me despertó? ¡ Qué despertar, qué arrobamiento, qué éxtasis cuando a un
mismo
tiempo
abrí los ojos y los oídos! El primer pensamiento fue creerme en el paraíso. Ese
trozo
encantador
que todavía recuerdo y jamás olvidaré, empezaba así:
Conservami
la bella
Che
sí m'accende in cor
Quise
poseer este trozo, lo conseguí y lo he guardado largo tiempo; pero mejor lo
conservaba
en mi memoria que sobre el papel donde constaban seguramente las mismas
notas,
pero no era aquello mismo. Esta divina aria sólo en mi mente puede ser
ejecutada,
como lo fue en
efecto el día que me despertó(192)
-A mi modo de ver hay una música muy superior a la de las óperas y
que no tiene semejante
en Italia ni en el resto del mundo, y es la de las scuole. Las
scuole son casas de caridad
establecidas para dar educación a niñas pobres, a quienes dota
luego la república casándolas
o haciéndolas monjas. Entre los conocimientos que cultivan esas
niñas, la música ocupa el
primer lugar. Cada domingo en la iglesia de cada una de esas cuatro
scuole, durante las
vísperas, se ejecutan motetes a gran coro y a gran orquesta,
compuestos y dirigidos por los
más grandes maestros de Italia, ejecutados en tribunas enrejadas,
únicamente por niñas, de
las cuales la mayor no cuenta veinte años. Nada conozco tan
voluptuoso, tan conmovedor
como esta música; las maravillas del arte, el gusto exquisito de
los cantos, la belleza de las
voces, la exactitud de la ejecución, todo, en fin, en esos
deliciosos conciertos concurre a
producir una impresión que no es seguramente muy saludable, pero
de que no creo que
haya corazón capaz de librarse. Ni Carrió ni yo dejábamos nunca de
asistir a esas vísperas
en los Mendicanti, y no éramos los únicos. La iglesia estaba llena
siempre de aficionados, y
hasta los mismos actores de la ópera iban a estudiar el verdadero
gusto del canto con estos
excelentes modelos. Lo que me desconsolaba eran aquellas malditas
rejas que, dando sólo
paso a los sonidos, me ocultaban los bellos ángeles que tales
voces tenían. Yo no hablaba
de otra cosa. Un día, conversando de ello en casa de Le Blond,
éste me dijo: “Si tenéis
curiosidad por conocer a esas niñas, fácil es satisfaceros. Yo soy
uno de los administradores
de la casa y quiero que podáis merendar en su compañía”. Yo no le
dejé punto de reposo
hasta que hubo cumplido su palabra. Al entrar en el salón que
encerraba esas codiciadas
bellezas sentí una emoción amorosa que jamás había experimentado.
El señor Le Blond me
presentó, una tras otra, todas aquellas cantatrices célebres, de
quienes no conocía más que
la voz y el nombre. “Venid, Sofía...”. Era horrible. “Venid,
Cattína...” Era tuerta. “Venid,
Batti.....” Estaba desfigurada por las viruelas. Apenas había una
que no tuviese un defecto
notable. El malvado se reía de mi cruel sorpresa. Sin embargo,
hubo dos o tres que no me
parecieron del todo feas: mas no cantaban sino en los coros. Yo
estaba desconsolado.
Durante la merienda, las estimularon y estuvieron animadas. La
fealdad no excluye las
gracias, y las encontré en ellas. Yo me decía: no se canta así sin
alma; por consiguiente,
deben tenerla. En fin, mi manera de verlas cambió de tal modo que
salí prendado de todas
aquellas feítas. Apenas me atrevía a volver a sus vísperas, mas en
breve me tranquilicé y
continué hallando sus cantos deliciosos, y sus voces prestaban en
mi mente tal encanto a
sus rostros, que siempre que cantaban, a pesar de mis ojos, me
empeñaba en hallarlas
bellas.(193)
-y
fueron bailados por
una
joven llamada Bettina, linda y sobre todo amable muchacha, mantenida por un
español,
amigo
nuestro, llamado Fagoaga y a casa de la cual íbamos a pasar la velada.(193)
No hay comentarios:
Publicar un comentario